Cuando Kira entró, tuvo la sensación de que se había teletransportado al futuro. La nave
parecía mas grande por dentro que por fuera. Todo era blanco con líneas de electricidad
roja que atravesaban el techo, el suelo y las paredes. Casi no se veía el final de los pasillos, y
el techo parecía infinito. Dos o tres veces, Kira se cruzó con robots que rodaban sin hacer
ruido o volaban, transportando bandejas llenas de frutas que tenían formas y colores
exóticos. En la nave no parecía haber puertas, pero Kira sospechaba que estaban
camufladas en las blancas paredes. Dévora tenía buen gusto para la decoración. Plantas de
todos los colores colgaban en redes de macramé en cada rincón. Pequeñas mesillas flotantes
sostenían libros de extraños colores y formatos. Varias veces, Kira acabó por accidente en
salas preciosas: Una vez llego a una gran biblioteca con estanterías de madera y altas
escaleras móviles para acceder a las filas mas altas de libros, la tentación de pararse a
coger alguno, casi irresistible para Kira, que desde pequeña había sido un ratón de
biblioteca. En otra ocasión, Kira dobló una esquina e irrumpió en un gran invernadero, todo
de cristal, atraves del cual se podían ver pequeños pueblos pasando en la luz del amanecer.
El invernadero contaba con la selección mas amplia de plantas que Kira había visto en su
vida. Aunque Kira no había estado en la nave nunca antes, tenia un aura de hogar acogedor
que inquietaba a Kira ligeramente. Aparte de los robots y ella, Kira no se cruzó con ningún
mano o ser viviente después de los pájaros del invernadero. Mientras corría en busca de su
enemiga, Kira pensó que si se veía obligada a destruir aquel sitio en su lucha con Dévora, lo
lamentaría mucho.